La primera vez que Manuel Acosta intentó tallar un trompo, cuando era niño, se cortó los dedos. “Un primo de mi mamá me hizo el primer trompo. Ya después aprendí a hacerlos”, cuenta el maestro escultor de 85 años, hoy por hoy el artista plástico más reconocido del departamento del Meta.
Alto y delgado, Manuel Octavio Acosta Bejarano, «Macosta», ha terminado por adoptar los rasgos de las garzas que ha erigido en monumentos y que hoy están en el campus Barcelona de la Unillanos, en el séptimo piso de la Gobernación y en la rotonda de la carrera 40, junto al Sena. Gracias a ellas, especialmente a esta última, su obra ha pasado a formar parte del paisaje urbano de Villavicencio.
También hay una garza metálica en una población de Baviera, en Alemania, a donde lo llevó un intercambio en agosto del 2005.
Hijo de Ana Clovis Bejarano y Saturnino Acosta, un ebanista de oficio. Manuel fue uno de los 12 hermanos — 7 hombres y 5 mujeres—de un hogar sembrado en el frío de San Juanito, un municipio metense apuntillado en la cordillera, cerca al páramo de Chingaza.
Su trayectoria en las artes plásticas empezó después de quedarse sin empleo en Bogotá, hace más de 50 años. Se dijo: “Tengo que hacer algo raro, diferente, desconocido, que le guste a la gente, que la haga pensar y que me la compre”. Entonces vio un pescado de madera, y con una sierra caladora de mano esculpió su primera obra: un pez.
La segunda obra iba a ser una sirena, y todo iba bien, hasta que tuvo que tallar el rostro. “Arreglé el cuchillo y tallé la cara. Sorpresa. Me quedó un sireno”. Después de eso se concentró en analizar las diferencias entre la fisonomía y la psicología (masculina y femenina), y aquello quedó como una etapa de aprendizaje.
El 26 de diciembre de 1967, salió al centro de Bogotá a tratar de vender sus primeras creaciones. Llevaba, entre ellas, un perro pequeño agazapado que parecía a punto de saltar hacia el cuello de la persona que lo admiraba. Ese perro de madera llamó la atención de un hombre que, frente al Banco de la República, se convirtió en la primera persona en adquirir una obra de Macosta. Con el dinero de aquella primera venta, Manuel compró tres libras de pollo, dos libras de arroz y una panela.
“Para uno realizarse, necesita primero armonía en la casa. Lo digo con orgullo: en 44 años que tengo con Raquel, no hemos tenido la primera pelea”, dice Manuel, quien, ahora que es una referencia artística de la región, reitera su admiración incondicional a la mujer.
“La mujer es la responsable de la moral de los pueblos, porque es la que forma los hijos, es la que forma la sociedad”, dice el maestro escultor. Y puntualiza: “Sin la mujer, no habría universo”.
/Juan Fernando Alzate/Periodista