En San Pelayo, una tierra bañada por el río Sinú, la líder de una asociación de pescadores explica la importancia del agua para la gente de la zona.
Existe San Pelayo
Un recodo milagroso del tiempo
Una isla de música en el letargo del valle
Glorioso San Pelayo
De trompetas y tambores
Existen unos pocos indígenas
En estado adánico
Que Toño María Cardona uno de ellos
Me ha contado
Con poetas vivientes
Con leyendas ancestrales
Existe allá en lo alto del río
Una naturaleza casi intacta
Existes tú
Viajero del río
Y existe el río.
De mi valle, Raúl Gómez Jattin
La visión del río Sinú sigue siendo mágica en San Pelayo, Córdoba. Una corriente de agua, color esmeralda, que baña un paisaje totalmente verde, bajo un cielo azul, en medio de un sol intenso, y que inspiró a poetas, músicos y escritores. La magia sigue ahí, en el aire, encantando a cualquier visitante, pero para Gloria Pastrana, pescadora y representante de la Asociación de Productores y Pescadores para el Desarrollo Comunitario del Medio Sinú (APROPESCAM), ya no es igual que hace unas décadas.
“San Pelayo tenía unos cuerpos de agua riquísimos -dice, mirando con nostalgia a su alrededor, en un sitio conocido como la Bonga de la Encañada-. Estaba Corralito, La Caimanera, aquí teníamos a Miramar. Todo era un cuerpo de agua inmenso a la margen izquierda, que prácticamente se ha ido».
Gloria camina con un bastón, lento pero seguro, y tiene el cabello recogido en un turbante negro que acentúa sus facciones. Su mirada es profunda, como la de alguien que sabe mucho más de lo que dice. Con ella recorre el río Sinú. “Para nosotros es todo. El agua del Sinú es todo. La cultura anfibia aquí es todo. Es todo».
Justo por esos días, un equipo del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes está en San Pelayo, junto con delegaciones de otros siete municipios del sur del Caribe (San José de Uré, Montelíbano, Ayapel, Tuchín, San Marcos, San Benito Abad y Magangué) para firmar un Pacto Cultural por la Vida y por la Paz, una especie de hoja de ruta con acciones concretas -armadas en conjunto entre el ministerio y la comunidad durante dos meses- para fortalecer el sector cultural. El nombre del pacto dice mucho de la importancia del río (de los ríos) y del agua para todos ellos: Culturas étnicas, campesinas y anfibias por la defensa de la vida.
El Sinú, por poner como ejemplo el caso de San Pelayo, riega un área de 13.700 kilómetros cuadrados conocida como el valle del río Sinú. Su presencia es clave para millones de personas allí, porque garantiza terrenos fértiles para la agricultura y la pesca como un modo de vida. Pero más allá de lo económico, marca una forma de ser y de vivir que para otras personas parece incomprensible. Desde gente que recorre los manglares y las ciénagas, o que vive en casas de palafito a las que se llega en canoa, hasta agricultores que saben en qué momentos suben las aguas y que manejan con eso el calendario de las siembras. Orlando Fals Borda, el sociólogo, investigador y escritor oriundo de Barranquilla, fue quien se refirió a eso como una cultura anfibia.
Por eso para Gloria, la construcción de la Hidroeléctrica Urrá, que arrancó a comienzos de los años noventa, fue un punto de inflexión, porque cambió para siempre la relación que todos tenían con el río. “Nuestra asociación nació a partir de ahí. Y éramos ambientalistas, luchando por la no desecación de los humedales», cuenta.
Se refiere a Apropescam, la Asociación de Productores y Pescadores para el Desarrollo Comunitario del Medio Sinú, que nació con 1.073 personas que se sintieron afectadas por la construcción de Urrá. “Cambió el paisaje, cambió la cultura, desapareció el recurso íctico con el que vivía el campesino aquí – explica Gloria-. El bocachico, por ejemplo, que es el pez representativo de nosotros y que era base de la alimentación, desapareció, porque el bocachico no tiene la capacidad de multiplicarse en aguas quietas».
Con el paso de los años, la lucha se ha transformado. Hoy, además de luchar por proteger los recursos hídricos, el agua y la cultura anfibia en municipios como San Pelayo y Cereté, se dedican a criar, engordar y comercializar peces de agua dulce. Tienen una unidad productiva de 25 hectáreas de tierra con estanques en los que siembran bocachico y cachama, y donde producen mango, yuca, plátano, papocho (un tipo de plátano) y níspero.
Con el tiempo y en medio de la lucha, Gloria ha aprendido no solo a ser una ambientalista. Hoy también es líder de género, hace parte de la Asociación de Mujeres Ahorradoras de San Pelayo (ASOMAS) y tiene más de 10 años de experiencia capacitando a asociaciones en temas como desarrollo organizacional y género. Ha sido toda una experiencia de vida, que le ha generado aprendizajes, triunfos, enemigos y luchas, pero que la ha reafirmado en lo más básico: sin el agua del río Sinú, la gente de la zona no podría vivir.
Por eso, con la asociación esperan que su proyecto se convierta en todo un ejemplo. “Es un espacio que podría convertirse en un proyecto ecoturístico. Sería bueno, porque ahí tenemos toda el agua represada. De hecho ahora, en plena sequía, aún tenemos agua», cuenta Gloria señalando hacia el otro lado del río Sinú.
Su rostro parece más esperanzado que hace unos minutos e incluso se toma un tiempo para cantar. Esta noche, en medio de la firma del Pacto, se subirá a la tarima y representará algunos de los personajes y mitos de la tradición de San Pelayo. Es un acto en el que el agua tiene un papel fundamental, porque sin agua, el municipio dejaría de ser lo que ha sido durante toda su historia.
/ Presidencia