Por: Pedro Pablo Pérez Puerta
Comunicador social, político y folclorista
Hablar de joropo es hablar de nuestra historia. Desde los primeros asentamientos en América Latina, la cultura llanera fue moldeando su identidad a partir de la fusión de influencias indígenas, españolas (en especial andaluzas) y africanas. De ahí surge la idea de que el joropo es una derivación del fandango español.
Las misiones españolas, en particular los padres jesuitas, introdujeron en América la ganadería y el uso del arpa en los cantos religiosos. Con el tiempo, la vida ganadera inspiró melodías y versos que, entre las cuerdas del arpa, el cuatro y las maracas, dieron forma a la música de los llanos colombo-venezolanos.
En Colombia, el joropo nació, creció y maduró en los Llanos Orientales, vasta región reconocida en la división política del país como la Orinoquia. Cobró especial relevancia durante el periodo de La Violencia, a partir del 9 de abril de 1948. Entonces, el “corrío chusmero” se convirtió en un medio de comunicación entre las tropas guerrilleras comandadas por Guadalupe Salcedo Unda, dejando un valioso legado de versos que narraban la descomposición social de la época.
No pretendo centrarme en el lugar exacto de nacimiento del joropo. Para mí, nació en los llanos, región única que comparten el oriente colombiano y el occidente venezolano. En Colombia, su gran momento llegó en los años cincuenta, cuando se escuchó por primera vez en acetato la voz de Luis Ariel Rey Roa, bajo el seudónimo de “El Jilguero del Llano”. Su irrupción marcó un antes y un después en la música llanera. Sus canciones sonaron más en las grandes ciudades del país que en los propios Llanos, lo que permitió dar a conocer el joropo a nivel nacional. Sus éxitos originales siguen vigentes en las emisoras del centro del país y en eventos de joropo, hazaña difícil de igualar incluso después de cincuenta años, que lo consagra como un referente histórico.
Luis Ariel fue compositor, arreglista, intérprete y propietario de la empresa Producciones y Espectáculos LAR. Nació el 6 de junio de 1934 en Villavicencio y falleció en Bogotá el 31 de mayo de 1975. Hijo de Javier Rey y Joaquina Roa Moreno, creció en un hogar donde se escuchaban bambucos y pasillos, géneros que influyeron en su estilo, un joropo con tintes serranos o “bambuqueados”, que quizás no complacía al oído llanero, pero sí al del interior del país (los guates). Siempre he dicho que el joropo del piedemonte colombiano de aquellos tiempos se interpretaba con guitarras, que le daban un carácter cordillerano propio.
A comienzos de los años cuarenta ya había grabado algunos temas y ofrecía serenatas junto a sus hermanos Leonel y Gil Arialdo, este último compositor de muchos de sus éxitos, entre ellos Zulma, Guayabita Verde y Ay, sí, sí. Su primer conjunto, un trío, se llamó Rivermun, y más tarde formó Los Llaneros, con quienes alcanzó el éxito desde 1950 hasta su muerte. Su fallecimiento ocurrió tras un problema judicial por un cheque sin fondos. Oscar Javier Ferreira, en su libro dedicado a Luis Ariel, relata: “Luis Ariel le había girado un cheque a Lizardo Díaz —integrante del dueto Los Tolimenses—, como pago por una presentación dentro del elenco de Producciones y Espectáculos LAR. El documento fue devuelto por falta de fondos, debido a que otro cheque que le habían girado también fue rechazado por la misma razón. Esto impidió una gira a Estados Unidos patrocinada por la Presidencia de la República, dada la admiración que le profesaba la primera dama, doña Cecilia Caballero, esposa del presidente Alfonso López Michelsen. Su transporte estaba autorizado en un avión de la Fuerza Aérea (FAC). Esta frustración y su detención le provocaron un infarto”.
Los pormenores de su detención carcelaria no son del todo claros y todavía están en investigación, según su sobrina América Rey. Existen diversas versiones sobre lo ocurrido, pero lo cierto es que la muerte lo sorprendió en la oficina del director de la cárcel Modelo de Bogotá.
Su canción más emblemática fue Carmentea, del compositor Miguel Ángel Martín, convertida en un éxito nacional y versionada por artistas como Lucho Bermúdez, Silvio Brito, Reynaldo Armas y muchos otros. Entre sus grandes temas están Ay, sí, sí, El espinito, El negro José María, El perro de agua, Zulma y Guayabita Verde. También interpretó piezas de compositores venezolanos que, aunque ya eran populares en su país, se dieron a conocer en Colombia gracias a su voz, como Guayabo negro y Pasillaneando.
Sus primeros trabajos discográficos contaron con el acompañamiento del arpista paraguayo Pepe Velásquez y de Héctor Paúl Vanegas. También hicieron parte de su grupo reconocidos arpistas como René Devia, Manuel J. Laroche, Lisímaco Sánchez, David Parales y Enrique Zamora.
En apenas 41 años de vida, Luis Ariel dejó un legado imborrable: Incorporó el arpa, el cuatro y las maracas a las grabaciones.
Realizó más de 14 giras por América y Europa.
Renovó el vestuario del músico llanero, adoptando el estilo charro mexicano (sombrero, pañoleta y revólver al cinto).
Grabó más de 40 trabajos discográficos.
¡La música llanera sí ha tenido éxito nacional! Luis Ariel fue un fenómeno en el centro del país como ningún otro artista colombiano, hecho confirmado por personalidades culturales como Manuel J. Laroche, Isaac Tacha, Gilberto Castaño, Juan Farfán, Manuel Orosco, Jairo Solano y los hermanos Jairo y Álvaro Caballero, en el programa de televisión Expediente Final, dirigido por la periodista Diva Jessurum.
Respetando opiniones sobre si aquel era o no el joropo auténtico del llano, lo cierto es que su estilo se popularizó y sus canciones se pegaron. Lo que no fuimos capaces fue de sostenerlo tras la partida de Luis Ariel. Fue el cantante llanero más escuchado en todo el país —excepto en los Llanos— durante el siglo pasado. Esto demuestra que el joropo se estancó durante mucho tiempo y no logró conquistar otras regiones, hasta que, en décadas recientes, composiciones como Predestinación (Marcos Rodríguez), Luna Roja (Jorge Villamil), Sierra de la Macarena y Ay, mi llanura (Arnulfo Briceño), Ánima de Santa Helena (Héctor Paúl) y El chino de los mandaos (Walter Silva), han alcanzado acogida en capitales departamentales y ciudades intermedias del país. Cantautores de la talla de Orlando “El Cholo” Valderrama, Milena Benites, Walter Silva, Juan Farfán, Tirso Delgado, Villamil Torres, Alfonso Niño, Arnulfo Briceño, Javier Manchego, Aries Vigoth y Oswaldo Bracho han mantenido viva esta tradición, siendo imbatibles en la región de la Orinoquia.
No desconozco el talento de las nuevas generaciones de cantautores colombianos, que son muy buenos y creativos en su estilo. Al contrario, los animo a seguir trabajando con tesón y entrega, recordándoles que el camino aún es largo.
Reconozco que, en mi ADN, como si fuera un tatuaje simbólico, corre la certeza de que el joropo es del llano, tierra donde nací y crecí escuchando repertorios de Francisco Montoya, Jesús Moreno, Tirso Delgado y otros, pero no de Luis Ariel. Y, si por casualidad sonaba el criollo, no lo aceptaba. Sin embargo, cada vez me convenzo más que una cosa es el folclor y otra la comercialización de la música. Lograr que nuestras canciones lleguen al público nacional, como lo hizo El Jilguero del Llano, no es tarea fácil, pero es un propósito que no debemos abandonar.
Hoy todo es posible. La tecnología permite llegar al público a través de las redes sociales. Aunque acabó con los sellos discográficos, escuchar la canción que uno quiere ya no es complicado. Antes, además de gustarnos, teníamos que comprar el acetato, el casete o el CD, y disponer del reproductor correspondiente.
Luis Ariel no tuvo televisión, ni redes sociales, ni grandes festivales que promocionaran su música. Todo lo logró con talento, disciplina y visión artística. Su legado, a nivel nacional e internacional en tan poco tiempo, y su esfuerzo por empoderar el joropo deben ser conocidos y difundidos por las nuevas generaciones.
Porque El Jilguero no solo cantó, sino que voló muy alto.
¡Honor eterno al Jilguero del llano, don Luis Ariel Rey!