Y sin pensar, una mañana al despertar, el universo nos recuerda que cuando así lo quiere, puede poner todo en equilibrio; que incluso, ante todo el poder militar y tecnológico de la humanidad, nos hace ver frágiles e indefensos; y nos muestra que las cosas más simples pueden desaparecer en un abrir y cerrar de ojos.
Hoy debemos ser conscientes de que en estos tiempos inesperados, en los que reinan el desequilibrio natural, los graves problemas ambientales, el exceso de reuniones de las grandes potencias sobre el cambio climático sin un objetivo o una muestra clara de cambio, las guerras absurdas (¿qué guerra no lo es?) y las noticias sobre eventos naturales, leves o graves, como temblores, huracanes, maremotos, inundaciones, sequías o incendios… así, de repente, y sin previo aviso, aparece un diminuto ser que obliga a la humanidad a aislarse progresivamente: primero uno, luego dos, docenas, miles, millones… y la cifra crece y crece. Y en medio de su desespero, los gobiernos ordenan cerrar instituciones académicas, parques de diversiones, cines, centros comerciales; luego ciudades, países e incluso, tal vez, continentes y no sabemos qué más…
Todos sabemos que la economía está colapsando y que luego vendrá la crisis. Presentimos lo que este desastre monetario le hará a esta sociedad, basada en el consumismo, en el lujo, en los estereotipos y en los modelos sociales capitalistas; una sociedad en la que corremos 18 horas al día persiguiendo los sueños de alguien más y muy poco detrás de los nuestros. Lo sabemos y estamos expectantes, con ilusión y temor a la vez. Sin embargo, ignoramos qué pasará más adelante y qué esfuerzos tendremos que hacer. Pero de algo sí estoy seguro: de las grandes crisis, siempre, siempre, nacen las grandes ideas. Entonces, cuando finalice esta situación, una nueva humanidad renacerá.
Pero no todo es malo. Las medidas que hoy paralizan progresivamente al mundo también le están dando un respiro a la naturaleza, que empieza a mostrar una mejor cara: los índices de contaminación disminuyen notablemente, respiramos una mejor calidad de aire. Y en las noches, en las grandes ciudades, volvemos a disfrutar del maravilloso brillo de las estrellas.
La Tierra se está ‘descontaminando de la humanidad’. Ahora mismo podemos ver, e incluso descubrir, que existe vida donde antes era oscuridad, los peces volvieron a nadar por los canales de la mítica Venecia (Italia), en el cielo hay nubes blancas donde antes había una inmensa bruma negra y las fotos satelitales de la NASA nos muestran un planeta vivo. Ese pequeño ser que no sabe discriminar, que no tiene prejuicios ni fobias, nos recuerda que sin importar raza, condición económica, ideología política ni mucho menos género, somos humanos frágiles, sin ninguna condición.
Este pequeño ser nos obligó a parar, a hacer una pausa forzada, sin planear, sin dinero para vacacionar o sin recuerdos de verano para presumir. Este pequeño ser nos tiene aislados en casa, mirando el reloj continuamente y contando los minutos, y de manera increíble nos obligó a recuperar el valor del tiempo. No solo eso: nos llevó a cuestionarnos si realmente sabemos utilizar ese tiempo sin un fin específico, pues estamos acostumbrados a medirlo bajo parámetros de dinero u otro tipo de retribución.
En una época en la que como padres delegamos la crianza de nuestros hijos a las instituciones educativas, llevados por el afán de cumplir con los modelos sociales, y donde tanto padres como madres “tienen” que trabajar, este pequeño ser obliga a cerrar los colegios, y sin darnos espera nos lleva a compartir con nuestros hijos todo el tiempo, a poner a papá y a mamá junto a sus hijos (un lugar que nunca debimos dejar). Este pequeño ser nos fuerza a ser nuevamente una familia. ¡Qué gran oportunidad para retomar nuestro papel de primeros educadores, para compartir, jugar, conversar y disfrutar en familia!
Estábamos tan acostumbrados a la falsa proximidad que nos brindan las tecnologías y las redes sociales, que habíamos perdido el valor de la verdadera proximidad, la real, la que nos permite ver y sentir al mismo tiempo… Sin embargo, y así de la nada, este pequeño ser también nos arrebató el derecho a tocarnos, abrazarnos, besarnos… Hoy debemos vivir distanciados, no podemos compartir nuestras vidas con la sociedad, experimentando la frialdad real que solo imaginábamos al comunicarnos a través de alguna de las tecnologías momentáneas que día a día usábamos sin meditar.
Hoy, este pequeño ser nos aterrizó de un solo golpe, hizo que bajáramos de nuestro pedestal individual, que el egoísmo propio ya no funcione, que la única alternativa sea volver a trabajar en equipo, que pensemos primero en el otro para protegernos a nosotros mismos, que recuperemos el pensamiento y pertenencia colectiva para podernos ayudar como una sola humanidad.
Un pequeño ser nos está enseñando que si queremos salir adelante, solo lo lograremos empujando todos para un mismo lado.
Por Yezid Parra C.
-Coach Internacional de alto nivel-
-Docente en Neurociencias-
-Facilitador de Capacitación a través de juegos-
-Conferencista y formador en crecimiento personal-
-Executive Master´s in Leadership Skills Developed in Harvard-
-Master in Leadership and Organizational Development with Coaching- www.despiertanet.com